De putrefacta sombra, se hundía
-en el pantano de espinas oxidadas y pastizales enmohecidos- una catedral de turbulento paisaje: el monstruo rioplatense.
Temerosa,
su insoportable lengua era alacrán de cien tenazas que hacía del aire mi espalda, quebrada por azotes de risa y trueno.
En medio de su reino,
infierno,
llovía y lloraba sudor con lágrimas que clamaban "¡Diluvio!"
Toda gota, víspera de nuevas llamas con las que me tejería otro vestido para el sacrificio del día, cuando mi irreverente parpadear despertarase sus perras fantasías,
que me ahogarían con la noche en aullidos de comillo.
-en el pantano de espinas oxidadas y pastizales enmohecidos- una catedral de turbulento paisaje: el monstruo rioplatense.
Temerosa,
su insoportable lengua era alacrán de cien tenazas que hacía del aire mi espalda, quebrada por azotes de risa y trueno.
En medio de su reino,
infierno,
llovía y lloraba sudor con lágrimas que clamaban "¡Diluvio!"
Toda gota, víspera de nuevas llamas con las que me tejería otro vestido para el sacrificio del día, cuando mi irreverente parpadear despertarase sus perras fantasías,
que me ahogarían con la noche en aullidos de comillo.
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