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Terminé
de rellenar las salsas y conté la propina: $800. Fue una noche furiosa, pura
cacería “Caballero, venga por aquí” “Chicas, tengo la mesa perfecta para ustedes”
“Mire, por aquí está la mejor vista los edificios de la ciudad”. Después de
arriar a las personas hasta mi zona de control, respondía a sus “¿Qué me
recomiendas?” “Dime algo que valga” “Un platillo fuera del menú”. Entonces
comenzaba el desfile de los platillos más caros. Luego elegía y vomitaba el
nombre. Nunca me faltaba la sonrisa, siempre pintada por algún tono de la
paleta tricolor con la que malabareaba a los monstruos del aburrimiento. Lunes
y miércoles: morado; martes, jueves y sábado: vino; viernes: rojo.
Cuando
tenía la oportunidad de escaparme al baño para retocarme el color, me trepaba a
ella como si fuera la rama de la que dependiera mi vida. Eso no podía
intercambiarlo por nada del mundo. En el baño siempre me esperaba el inodoro, fiel
y comprensivo hacia mi fatiga. Era el único que sostenía mis nalgas y me
permitía descansar los muslos acalambrados después de estar 10 horas parada. Cruzaba
las piernas y, mientras fantaseaba con prender un cigarro, abría el espejito
que guardaba en el ridículo mandil. Entonces, un par de ojos me preguntaba:
“¿Qué haces con tu vida?” y el otro par nunca sabía qué contestar.
“Al menos tienes una cara bonita” me decía
Toño. “A ti te dejan más propina porque eres mujer” se quejaba Manuel.
“Deberías explotar más la putería… Igual y así sacas el doble, mana. Yo que tú…”
aconsejaba Octavio. No sé envidia de qué me tenían si yo era la que tenía que
tragarse la sarta de barridas de güeyes mamones, las miradas fulminantes de sus
novias o la insistencia de darles mi número o algo, lo que sea. Me he llamado
Sonia, Marcela, Fabiola, Alondra, Jessica... He sido todas menos Lucía.
“Oye,
¿Quieres pizza?” me preguntó Pepe mientras sacaba una del horno y la colocaba
en una caja con mi nombre. Nos sentamos en la escalera detrás del restaurante y
comimos. “Amo los champiñones” dije. “Por eso le puse más” sonrió. “¿Sabes?
Gustavo estuvo insoportable hoy. Prefería a Ramón” dije. “Así son todos los
pendejos que llegan a gerentes, aunque se me hace que ese güey se trae algo
contigo. Está sobres” “No lo sé. Es que, bueno, hoy llegué tarde de nuevo pero
es porque no sé qué pedo con el pinche metro en estos días. Ha tardado un
chingo y luego me la hacen de bronca con la bicla. Además… No puedo salir antes
de la facultad. Simplemente no puedo. Si lo hago, me atraso otra vez y ah… Sólo
quiero terminar, juntar lana e irme. Para eso estamos aquí, por la lana ¿No?”
“¿A dónde?” preguntó y dejó de comer. “¿A dónde qué?” “Que a dónde quieres irte
cuando tengas la lana” “No sé, a dónde sea.”
“Gracias
por la pizza. Me hizo el día” dije. “Cuando quieras” Entonces nos vi en el
baño; yo, con una pierna en el suelo y otra sobre el inodoro y él, detrás de mí.
Hacia delante y hacia atrás “¿Mañana trabajas?” preguntó. Mientras tanto sus
rulos flotaban en el silencio “¿Cómo?” pregunté. Hacia adelante y hacia atrás.
Ay, qué rico. “Que si mañana chambeas”. “Ah, eh, sí… ¿Y tú?” “Eh, igual… A ver
si hacemos algo después ¿No? Hay un bar por acá” Hacia delante y hacia atrás.
“Hay muchos bares por acá” reí. “Claro… Bueno, igual y conoces alguno al que
quieras que vayamos. Si te late, obvio”. Hacia delante y hacia atrás. Entonces
se alejó en su moto, mientras mis ojos daban vueltas por pensar en las maneras
en las que alguien puede usar su lengua. “Tengo que hacer un ensayo sobre la subutilización
de las lenguas” pensé.
Cambié
el uniforme por una playera desmangada y pantalones holgados. Me hice un chongo
a la altura de la nuca y escondí los mechones cortos en el casco. Con el espejo
en mano, me cercioré de que ninguno se
escapara. Arrastré una mano por mi boca; cero rastros rojos. Me monté en la
bici y en el roce… Al inicio éramos el asiento y yo, luego éramos Pepe y yo.
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“Me
encantó este bar” me susurró Pepe al oído mientras caminábamos con los brazos
sobre nuestros hombros. “A todos les encanta” reí “¿A todos?” preguntó
“Entonces acá traes a todos tus novios, amigos y…” “Nah, bájale una” dije
riendo. “Oye, me encanta tu cabello…” sonrió mientras sostenía un mechón entre
los dedos “¿Es natural?”. “Siempre me preguntan eso. Fundaré un movimiento en
búsqueda de la equidad cabelleresca ¿Así sería, no? Ca-be-lle-ra.
Ca-be-lle-res-ca”. Él se acercó a mí, me sostuvo la quijada y nos besamos. Mi
imaginación no le había hecho justicia a su lengua. Tengo que hacer un ensayo
sobre la lengua de Pepe.
3
“¿Irás
a la marcha?” me preguntó Fer mientras lavaba trastes. “¿Cuál?” “¿Cómo qué
cuál? Qué pinche dejada eres, güey. Estás cabrona” “¿Dejada?” “Sí, es que desde
que sales con ese bato, todo se trata de él” “Pues ¿Qué quieres? Me la paso
trabajando y estudiando. Me queda poco tiempo para hacer otras cosas. Siempre
ha sido así. Lo sabes”. “No, estás desviando el tema.” “¿Me dirás sobre qué es
la marcha o vas a discutir sola?” “Ayer por la mañana apareció una chica muerta
afuera de la Facultad de Ingeniería. Es un feminicidio y, ya sabes, lo de
siempre, rectoría está con sus mamadas. Entonces hay marcha” explicó. “Fer, no
tenía ni la más puta idea. Qué mierda. Trataré de salirme del trabajo para
llegar. Es viernes, espero poder.” Suspiré y me senté junto a ella. “Tratarás”
enfatizó. “Fer… ¿Tienes algún problema conmigo?”.
“¡Escúchame, Fernanda! Yo no fui la pendeja que estuvo con un
pinche cabrón disque muy de izquierdas que…
“¡Te
golpeó
y te humilló!”
“¡Y
sigue entre tu pinche círculo cuasi feminista!”
“Yo
he estado allí aunque no vaya a todas las putas
marchas de
mierda que parecen importante más que la realidad que vives”
“DE LA VERGA”
“DE
LA CHINGADA”
“PUTO”
“Mi
vocabulario es hijo del machismo y, a pesar de eso, NUNCA te he dado la espalda”
Las
personas siempre quieren más de ti. Es extraño, pueden hacerte sentir prescindible
y, sin embargo, te hacen creer que es imprescindible que cambies. Nunca estarás
bien como estés. Nunca te querrán como eres. Te presionarán para que seas como
quieren que seas. Te van a querer cambiar algo, algote o alguito.
Nadie
es feliz con cómo es el que está sentado a su lado. Todos tienen un pinche
barómetro escondido y no se conforman con usarlo para medirse a sí mismos, no,
para nada, sino todo lo contrario. Toman esa madre y golpean a cada persona que
conocen. Miden, miden y miden. Sólo así se reafirman. Necesitan a los demás
para pararse sobre sus hombros y hundirlos en el pantano de las expectativas.
“¿Y
qué si no voy a la marcha?”
“¿Revivirá?”
Entonces brotaron las
cataratas de los ojos de Fernanda.
4
“¿Qué
pedo contigo y Pepe? ¿Salen? ¿Cogen?” preguntó Toño. Solté una carcajada y
contesté “Nada”. Gustavo se acercó y me dijo “Vamos, vamos… Estás muy lenta
hoy”. Viré los ojos y fui al inodoro. Respiré. No sé cómo es que aún lo hago. Fantasee
con encender un cigarro, y me retoqué los labios por tercera vez en el día.
Capa sobre capa, sobre capa. Morado sobre morado, sobre morado. Antes de salir,
jalé la palanca.
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“Fui
una mierda. Perdóname, Fer”
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“Contras,
olvidé el casco” cerré los ojos. “Linda, no pasa nada. Sólo son 40 minutos, si
le metes llegas en 30” dijo Pepe y me abrazó “Tranquila. Todos nos enojamos. Te
prometo que saldrá bien. Fer entenderá”. “No, tú no entiendes nada” dije y me
subí a la bici. Pepe se mordía los labios, parecía que quería decirme algo pero
se la pensaba. Ojalá pudiera hacer eso. Esperó a que me fuera y escuché cómo el
sonido de su moto se alejaba.
Las
lágrimas no dejaban de correr, como cuando las gotas caen por un cristal y se
las lleva el viento. Tenía la vista nublada y el corazón perforado. Me invadió
la preocupación como termitas en un rincón empolvado. Pedalee tratando de
balancearme de un lado a otro. El trayecto era lento “¿Es el peso de mi propia
mierda o las llantas necesitan aire?” Era la delantera. Entonces llegué a una
gasolinera y busqué la manguera con aire. Del otro lado había un güey blanco y alto.
Se acercó y me miró con sus pupilas dilatadas. Agaché la cabeza.
“¿Qué
hace una morra tan guapa como tú aquí solita?” dijo mientras le miraba las
botas bien boleadas, casi podría ver mi palidez en ellas. “No lo mires, no lo
mires” me dijo alguien dentro de mí. Entonces se encuclilló y me levantó la
barbilla “Mírate nomás, qué labios tan bonitos” dijo mientras los recorría con
su mirada de navaja “Y este pelo...” mientras me tocaba las puntas con sus
dedos sucios. Mis labios temblaban. “¿Por qué lloras si eres una suertudota?” río.
“¡Vivas nos queremos!” gritó
una multitud
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