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Leer al cielo

Era de noche y Lua ladraba.
Se camuflaba con las sombras y los gatos.
Sus ladridos eran mi camino;
creía que me llevaban de los oídos, pero no;
sólo me acompañaban a la catástrofe.
Como siempre, testigos de mis intentos suicidas.

Llegamos al monte.
Con mis orejas desnudas y mis ojos nublados, busqué.
Arranqué las flores y desenterré las piedras.
No hubo espectáculo de nada,
pero la nostalgia se lució; desfiló con sus plumas empolvadas y los aluxes bailaron.

La humedad trazó su cauce y,
sobre una hoja de palmera,
llegamos a una entrada.

Pudo ser cualquiera, pero era la de un templo silenciado.
Aún de pie;
sobre sus muros desgarrados,
sus códices desaparecidos,
figura desequilibrada y sin rastros de un color.

Lloramos.

A lo lejos, allá arribita,
las estrellas contaban historias indescifrables y yo,
ante la dictadura del sonido,
escuchaba.

Si algo no sé, es leer al cielo.

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