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Mostrando las entradas de mayo, 2017

Sonrisa torcida (o un epitafio para el rey de los altermundistas)

Siempre te demandé coherencia y tú, me la negaste con tus millones de vientos. Eso sí, siempre con la compañía de esa sonrisa torcida (dibujada sólo en tu cara, dentro de todas las sonrisas y todas las caras) que no conseguí arrancarte. Era una de tus políticas y tomando sus riendas, descubriste que las izquierdas eran las piedras de otro templo cristiano y anunciaste que no serías albañil de cosa semejante. Ya no querías mancharte las manos, como cuando eras niño. Entonces te sentaste sobre algún cerro y me hablaste -con el bastón del recuerdo entre las manos- sobre los paisajes; el volumen, la cercanía y el poder. En la última de tus lecciones (de esas que nunca te pedí) me dijiste que sólo había de a dos o de a dos: vertical y horizontal. Tallaste tus conclusiones sobre las piedras y los truenos conspiraron contigo.  Procediste a buscar agua en mis lagunas y, aunque vaya que había, no dejé que te miraras (ni mucho menos empaparas) en ninguna de sus gotas. Era el final y

Los lugares de Lucía

1 Terminé de rellenar las salsas y conté la propina: $800. Fue una noche furiosa, pura cacería “Caballero, venga por aquí” “Chicas, tengo la mesa perfecta para ustedes” “Mire, por aquí está la mejor vista los edificios de la ciudad”. Después de arriar a las personas hasta mi zona de control, respondía a sus “¿Qué me recomiendas?” “Dime algo que valga” “Un platillo fuera del menú”. Entonces comenzaba el desfile de los platillos más caros. Luego elegía y vomitaba el nombre. Nunca me faltaba la sonrisa, siempre pintada por algún tono de la paleta tricolor con la que malabareaba a los monstruos del aburrimiento. Lunes y miércoles: morado; martes, jueves y sábado: vino; viernes: rojo. Cuando tenía la oportunidad de escaparme al baño para retocarme el color, me trepaba a ella como si fuera la rama de la que dependiera mi vida. Eso no podía intercambiarlo por nada del mundo. En el baño siempre me esperaba el inodoro, fiel y comprensivo hacia mi fatiga. Era el único que sostenía mis nal

El universo de las veces (o Deberías estar aquí)

¿Cómo decirte que hoy te he conocido una vez más? Una vez más dentro del universo de las veces, las recordadas, las imaginadas y las... Deberías estar aquí, dejándote amar sobre el pasto, sobre el mar y sobre el suelo frío de un día sin horas, un día libre,  como tu cabello revoltoso.  Siento prisa. Corro hacia algo que crece y, aunque permanece, temo que se desvanezca en un parpadeo, por más largo que sea. Deberías estar aquí y no allá,  atrapado en la pantalla impenetrable,  máquina de planos y buzón tardío de imágenes,  movimientos, voces. Hazme un mapa sobre las manos,  zarpa y ancla en todos sus puertos; pero nada más en esos, que  -aunque hayan otros en mares abiertos-  se saben tu nombre y tus cuentos, el sabor de tu lengua y el sonido de tus besos.  Deberías estar aquí, dejando que tu risa baile con la mía, mientras saltamos en las islas de la complicidad. 13 de marzo 

Leer al cielo

Era de noche y Lua ladraba. Se camuflaba con las sombras y los gatos. Sus ladridos eran mi camino; creía que me llevaban de los oídos, pero no; sólo me acompañaban a la catástrofe. Como siempre, testigos de mis intentos suicidas. Llegamos al monte. Con mis orejas desnudas y mis ojos nublados, busqué. Arranqué las flores y desenterré las piedras. No hubo espectáculo de nada, pero la nostalgia se lució; desfiló con sus plumas empolvadas y los aluxes bailaron. La humedad trazó su cauce y, sobre una hoja de palmera, llegamos a una entrada. Pudo ser cualquiera, pero era la de un templo silenciado. Aún de pie; sobre sus muros desgarrados, sus códices desaparecidos, figura desequilibrada y sin rastros de un color. Lloramos. A lo lejos, allá arribita, las estrellas contaban historias indescifrables y yo, ante la dictadura del sonido, escuchaba. Si algo no sé, es leer al cielo.