Mosaico estridente, 2016.
I
La antropología me arruinó la vida.
No me preguntó si quería, sólo lo hizo.
Ahora ni los colores ni las lenguas son como antes,
tampoco las calles o las preferencias del gusto,
porque el colonialismo,
porque el racismo,
porque la privatización,
porque el heteropatriarcado,
...,
etcétera.
Las bromas se convirtieron en amenaza de bomba
y las risas, de ser cascabeles o un chiste sonoro, se tornaron suscripción de "ismos".
Abrí el telón de los binomios;
ahora los veo, tan siquiera un poco mejor,
pero no significa que convertirles en triángulo les haga tener tres lados.
II
La antropología me arruinó la vida con ganas.
Me arruinó la vida que tenía y la que empezaba a tener;
porque ahora yo neoconquistaba con las etiquetas,
las objetivaciones,
los sistemas de legitimaciónlegitimadoreslegitimizanteslegitimizables
y me convertí en concursante de trabalenguas.
La antropología me arruinó la vida porque me abofeteo.
Me dijo,
en susurros
y
a
gritos,
que la mía no era la única,
que han habido,
hay
y
habrán muchas;
y que yo, por más trabalenguas que invente, aprenda o gane,
no sabré nada más
que trabalenguas.
III
Me enamoré de la antropología,
más allá de las antropólogas y los antropólogos.
Dibujantes de los mosaicos culturales,
trepacistas de árboles,
viajeristas en alfombras voladoras,
construccionistas de torres,
luciernaguistas de lámparas voladora,
en un cuadrado esférico: la mirada desde un mosaico interceptado.
La antropología me arruinó la vida con su avalancha de posibilidades y sus masoquismos,
que en realiverdad han sido míos porque la bebí como código y ha sido mi velo,
aunque la llame destapadora de ellos.
(En algo tenía que transformarse mi catolicismo)
La antropología me arruinó la vida.
Pd: pero la amo
Comentarios
Publicar un comentario