Para el frío, tengo mis frazadas; para el sueño, almohadas y sueños; pero para la muerte... Para la muerte, estoy despojada; para ese caos interminable, no hay nada; ni remedio, ni consejo, ni calor, ni sueño, ni abrazo, no hay nada, más que miedo. Miedo que sólo sirve para robarle pedacitos de muerte a la muerte y de miedo al miedo. ¿Cómo será la despedida final de mis finales incontemplados? El arrepentimiento del ateísmo, el refugio en los rosarios despreciados y el último aliento, la última mirada que se va a la nada; a la muerte que les espera para tragárselos. Nada más y nada menos, que el fin de los fines; el fin del sentido, el fin de la culpa; la culpa del sentido y el sentido del fin.